Estuvo años tratando de entender por qué no era suficiente para él...
Tratando de encontrar fallas en ella misma, pero sobre todo tratando de olvidar el vacío intenso que dejaba cada vez que se decidía marchar. Cada día se juraba olvidar, pero sólo intentos fallidos solía encontrar. Vivía en una pesadilla despierta amaneciendo cada día donde no quería estar.
Idealizaba la idea de que esa relación tóxica terminara en un final feliz, donde por fin él se diera cuenta que todo lo que necesitaba estaba justo en ella. Se había acostumbrado a esa relación, ignorando todo lo bueno que la vida le ponía día a día ante sus ojos.
Pero pasó el tiempo y sin quererlo llegó el olvido disfrazado de indiferencia. Llegó el olvido no forzado, ese que todos deseamos cuando algo que realmente nos importa no se nos da. Esa sensación de que lo vivido deja de tener relevancia en tú vida y lo recuerdas como lejano a tu realidad.
Entendió que el que quiere estar lo está sin tanta excusa. Que en la vida cada quien buscará su felicidad donde la crea posible y que nadie debe verse obligado a estar con alguien por miedo a soltar. Pudo comprender que él no se podía obligar a quererla, pero reconoció que más allá de eso ambos estaban siendo tóxicos uno para el otro. Su ex porque aunque sabía no querer nada con ella nunca tuvo el valor de expresarle una verdad ante para todos obvia y ella por negarse a reconocer el ciclo vicioso donde se encontraba metida. Es decir, más que todo comprendió que ese vacío en su interior no era por él, sino por su falta de amor propio.
Pero como siempre, cuando pudo soltar él volvió...
como todas las veces volvió sin ninguna intención genuina para con ella. Sin embargo, para ese entonces ya ella había comprendido que valía más que un par de horas de pasión intensa y que no quería para su vida palabras bonitas sin hechos contundentes.
Y de momento dejó de doler, todo pasa, todo cambia. Ya no es presente, ya es olvido...
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