Estamos tan acostumbrados a repartir culpas cuando de desilusiones se trata, que se nos olvida tomarnos el tiempo de reflexionar qué estamos haciendo para repetir y mantener relaciones que no nos hacen bien.
Constantemente adjudicamos nuestro dolor a las acciones de otras personas. Es decir, hacemos responsables a otros de nuestro estado de ánimo y días malos.
Entendamos que nuestro dolor y estado de ánimo nos pertenecen a nosotros mismos.
Empecemos a cuidar nuestras emociones siendo selectivos a qué personas permitimos entrar a nuestras vidas y qué situaciones no estamos dispuestos a tolerar.
Somos nosotros mismos los que nos desilusionamos al crear expectativas o ideas de cómo alguien debería tratarnos. Y no, no está mal aspirar a que nos quieran bonito y nos traten como prioridad. El problema recae en esperar mucho de alguien que no está dispuesto a dar.
Eres tú el autor de tu historia, un agente activo.
Quien decide a quién le da la oportunidad,
Quien tiene el privilegio de permanecer,
pero sobre todo quién ya NO MÁS.
Tú decides las condiciones, los términos y el respeto que crees merecer.
Ahora, tómate el tiempo y evalúa si ese amor y respeto que recibes de quién tiene el privilegio de estar a tu lado es el que realmente mereces. Recuerda, no somos responsables de los que los demás hacen, pero sí de lo que les permitimos hacernos.
Eres mucho, mereces mucho.
No es tarea fácil amarnos incondicionalmente. El amor propio requiere compromiso y mucha fuerza.
Hazlo por ti.
Colaboración con: Dayana Lanzó Cotto